sábado, 27 de noviembre de 2010

Querido profesor

La tarde se cierra y tú reflexionas
Sobre tu tarea.
Acuden los rostros de aquellos que enseñas
Y en cada uno podrías
Hacer un poema.
¿Por qué no aprendieron aquello que enseñas?
¿Por qué un fracaso tu alma apena?
Es que sabes
Que cada alumno es un paisaje
 Que apenas conoces, que apenas entiendes
Y que a veces pierdes en el fragor de la pelea:
Enseñar es difícil siempre lo sientes.
Tu rostro cansado refleja la pena,
A veces la alegría
Por el logro pequeño.
El adolescente no entiende
Cuánto te preocupas, cuánto te ocupas
Cómo buscar caminos.
Ellos se quejan
Que hay que estudiar mucho
Que no los quieres, que tienen problemas.
Pero tú avanzas, en pos de tu tarea
Para dejar lo mejor, aunque no se comprenda.
Y al caer la tarde, después de cada faena,
Solo te sientes…
Que la lección ha fracasado, que no saben el teorema.
La palabra del alumno a veces te hiere.
Pero con cada amanecer la fuerza se renueva.
Otra vez siembras, otra vez esperas
Que las semillas florezcan.
Nunca pierdes la esperanza, nunca olvidas la entrega.
Por eso en el camino tu alma se engrandece,
Y cuando pasan los años y con algún alumno te encuentras
Recoges aquel fruto de la semilla incierta.
Y como el árbol, levantas tus brazos
Tu corazón se eleva, tus raíces se profundizan
Y te haces más fuerte.
Querido maestro:
Que la savia de la vida continúe por tus venas.
Sin tu entusiasmo, sin tu entrega,
Sin tu esfuerzo, no habría escuela!
Celina Plez de Bergero
17 de setiembre de 2004

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