Al igual que lo hacen los alumnos egresados cuando
reflexionan sobre los años transcurridos en sus aulas, también evoco aquel día
en que entré al colegio por primera vez.
No abrigaba temor sino una gran expectativa ante el
camino que se abría ante mí.
Qué nuevito era, pero yo no lo sabía, para mí era
una sólida institución arraigada en la localidad, y sólo contaba con ¡ocho años!
Hasta ese momento, solo había transmitido los
conocimientos en la Alianza Francesa. Ahora iba a
comenzar mi carrera docente en un colegio nacional. Un lugar donde me ayudaron
a crecer, a abrazar tan importante tarea, a aceptar sus desafíos.
Recuerdo aquellos cursos de fin de semana, dictados
por catedráticos de Buenos Aires, a los que concurrían profesores de San Francisco, de
Las Varillas y por supuesto, nosotros, los docentes del Leopoldo Lugones. Qué
jornadas inolvidables!
Y los demás, la gente “del colegio”, a los que quisiera nombrar pero no me atrevo, pues
sé que me olvidaría de alguien y no quiero. Todos, absolutamente todos dejaron
en mí una huella imborrable, enriquecieron mi espíritu, transformaron mi vida.
Algunos ya no están, no se fueron de gira, como lo hacen los artistas, sino a
los cursillos eternos, dejando como legado la clase magistral de sus vidas consagradas a la docencia.
Hoy nuestros alumnos tomaron la posta y allí están, cumpliendo esa tarea tan difícil pero tan fascinante como lo es el de
esclarecer caminos, formar personas.
¡Cuarenta años han pasado ya desde aquel día en que
un grupo de personas de Laspiur lograba un colegio para los jóvenes del pueblo!
Muchas veces he oído el relato de todos los esfuerzos realizados en pos de una
meta maravillosa. Hoy el colegio es una de las instituciones señeras de la
localidad, a la par de las demás instituciones donde también se desempeñan los
jóvenes que se formaron en sus aulas.
Un faro de luz, raíces para sus gentes. Me pregunto
qué sería Laspiur si esta meta que talvez muchos hayan considerado utópica,
no se hubiera llevado a cabo, no hubiera sido coronada por el éxito. Gente
fuerte, de principios sólidos, visionarios que sabían lo que querían, conocían
lo que representaba la educación para sus hijos.
Las personas seguirán renovándose, en sus aulas, los
alumnos; en sus cargos, los docentes y no docentes; la vida seguirá su cauce y
el Colegio, el QUERIDO COLEGIO, formará parte de todos nosotros.
Con todo mi amor, les dejo un abrazo a quienes hoy
conforman la comunidad educativa.
Esther
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