domingo, 28 de agosto de 2011

A Maria Eugenia

-María Eugenia, mi colega, mi profesora, mi amiga.
Me atrevo a llamarte amiga porque me dispensaste toda tu confianza, trabajaste para mí en el curso de conversación con toda tu voluntad y dedicación, aunque a veces yo no lo mereciera. Tus explicaciones, los relatos de tu vida en París reavivaron en mí la vieja pasión por el idioma que nos reunió en tu aula de francés.
Y partiste de viaje, con un parpadeo de tus grandes ojos, así como los artistas se van de gira, vos te fuiste de viaje… ¿adónde?
Seguramente a la estrella del Principito pero, y de esto no me cabe duda, tu espíritu estará revoloteando en París, esperando para tutelarnos, acompañarnos, ser nuestra guía cuando vayamos allí de visita.
Sentiré un soplo de tu alma cuando el viento me despeine al atravesar el Pont Alexandre III, o al subir a la Tour Eiffel, y un guiño picaresco al entrar al Lido o al Moulin Rouge. Te encontraré sonriente al pasar frente a la Conciergerie, el edificio de tu predilección, y seria y diligente al mostrarme el viejo pero a la vez moderno Louvre.
Ah, como me hubiera gustado recorrerlo en tu compañía! Pero sé que de todos modos estarás allí, en sus calles, en la Butte Monmartre y en la Défense, en el Arc de Trionphe y en la Tour Montparnasse.
Y aquí estoy yo, ocupando tu lugar. A veces me parece que te lo estoy usurpando, pero cambio enseguida el rumbo de mi pensamiento porque vos me elegiste para esto, y los alumnos que me dejaste merecen toda mi dedicación y mi mayor predisposición, no deberé estar triste o cabizbaja, es lo mejor que puedo hacer en tu homenaje.
Nunca estaré a tu altura, sólo trataré de transmitirles lo que aprendí a lo largo de mi vida, trataré de hacerles gustar este idioma, junto con la cultura que se desliza apegada a sus bellas palabras.
Es una gran tarea la que me has encomendado, me parece que veo tu sonrisa y tu entusiasmo ayudando en mi clase, llegando con tu bicicleta “que te hacía independiente” ….
Y no dejaré de hacer mención a mi novela de cabecera, El Principito. Cuando por las noches  vea brillar las estrellas, sabré que estás en una de ellas, sonriendo desde allá, y como decía el Principito, vos me dirás: “Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de esas estrellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!"

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