miércoles, 8 de junio de 2011

CONJURO DE AMOR


  Cuando la vi, yo salía de un bar, donde había jugado y bebido con mis amigos. Pasaba sobre su cabalgadura, sentada de costado; su falda cubría graciosamente la mitad del animal. La miré largamente y ella me devolvió la mirada sonriéndome apenas. En el fondo de sus grandes ojos negros, asomaba una lucecita,  apenas visible bajo la sombra de sus espesas pestañas. Sin pensarlo más monté el primer caballo que encontré y me fui tras ella.
  Mi deslumbramiento había tocado su corazón. Cambiamos algunas palabras, y la esperé ese día y al otro y al siguiente. Me sentía enamorado, sabía que había encontrado al amor y en ese mismo instante me propuse cambiar de vida para merecerla. Se acabarían las juergas con mis amigos, el juego, la bebida, las mujeres. Habría una única mujer en mi corazón y en mi vida.
  Iba pensando en esos propósitos con el corazón rebosante de felicidad cuando me topé con mi amigo de juergas.
-Tengo algo que decirte, me espetó a boca de jarro. Los hermanos de tu novia te están buscando para darte una paliza y a ella su padre le ha prohibido que te vuelva a ver.
-Pero ¿por qué? Pregunté  sorprendido.
-¿Cómo? ¿No sabés? -me dijo. Ella es la hija del cacique de la tribu del cerro, y está prometida al guerrero más fuerte de la tribu.
-¡Una princesa!
-Algo así, amigo, no podés seguir con ella.
-Ah no! yo haré cualquier cosa por su amor. Vos sabés que he prometido cambiar y lo estoy haciendo. Desde que la conocí no he vuelto a beber ni a jugar. No he mirado siquiera a otra chica. Hace una semana que estoy trabajando con mi padre. Seré un hombre de bien.

  Volví a buscarla un día y otro pero no la volví a ver. Al atardecer del tercer día aparecieron los hermanos:
-¿Dónde está nuestra hermana, Pujllay? ¿Qué le has hecho?
-¿Qué le han hecho ustedes a ella? -pregunté a mi vez-. Hace tres días que la espero y no sé donde está, estoy desesperado, y ustedes vienen a aumentar mi aflicción… ¡vayamos juntos a buscarla!
  Salimos, la buscamos por el bosque, por el río, por la montaña… nada! La buscamos día y noche. Luego, exhaustos, cada uno siguió por su lado. Yo recorrí la montaña, el valle, el monte y el río, pero día tras día volvía cansado y desesperado por el fracaso.

  Pasó el tiempo y mi vida vacilaba entre la esperanza y la desilusión. Nunca tuve una sola noticia… mi vida no tenía sentido, había perdido a la mujer que amaba y peor aún, comencé a pensar que ella habría querido morir por escapar de la prohibición de su padre, de la incomprensión de sus hermanos.

  Hasta que un día… mi amigo vino hacia mí. Era febrero y la gente festejaba la cosecha: ¡Me dijeron que la han visto en la fiesta! -gritó.
  Corrí hacia allá y la busqué frenéticamente entre la gente. Ellos me miraban y sólo veía muecas de gozo en sus rostros, risas provocadas por la  alegría y el alcohol. Indagaba por ella a todas las personas que veía; pasé así la noche entera, creía verla en cada jovencita de trenzas negras, pero nunca era ella, nadie respondía a mis preguntas llenas de ansiedad… Entonces, me di cuenta de que todo era inútil, tome una botella y bebí… toda la madrugada tomé chicha… hasta que una ligera lluvia de harina con perfume de albahaca cayó sobre mí como si fuese una caricia que calmaba mi pena…

  Desde aquella noche, todos los años, cuando la gente del pueblo festeja las mieses maduras vuelvo a buscarla, y al no encontrarla, solo pienso en beber chicha que aquiete mi dolor…

  Cierta madrugada, un anciano de barba blanca me ha contado que la princesa, dolida por el fracaso de nuestro amor, subió a la montaña, subió muy alto y allá arriba les pidió a los dioses un conjuro para mitigar su sufrimiento. Éstos, apiadados de tanto desconsuelo, la arrebataron en un remolino que la convirtió en nube, y desde entonces ella, la Chaya, vuelve cada febrero, del brazo de Quilla, la Diosa Luna, en forma de rocío.

  Aturdido por el alcohol y la desesperación, no sé si es verdad o sólo un sueño, pero cuando llega el carnaval, bajo al pueblo a buscarla, o al menos a encontrar un bálsamo en compañía del anciano, el único que conoce mi desconsuelo…

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