lunes, 13 de diciembre de 2010

HACIA UNA INSURRECCIÓN DE LAS CONCIENCIAS


 
El crecimiento no es una solución, es el problema.
Un texto de Pierre Rabhi
(hemos descubierto a este “hombrecito”, pequeño por su talla pero indudablemente un GRAN SABIO, en el festival “Camino, actuar por la no violencia”, un acontecimiento que marcó nuestra vida)
 
El crecimiento se ha transformado en un ídolo delante del cual los economistas, los medios y los políticos se prosternan. Sin embargo, es una creencia irreal y peligrosa.
Un crecimiento material infinito en un planeta con recursos limitados es ciertamente imposible. El culto del crecimiento económico es la base de la mayoría de los males que nos acosan.

De hecho, el crecimiento no es el remedio, es el problema. Este principio produce un sistema que hace de cada nación una empresa competitiva en guerra económica contra todas las otras naciones y de cada individuo un enemigo de su vecino.

Esta guerra, de consecuencias humanas y ecológicas catastróficas, golpea sobretodo a los más débiles, en nuestro país, Francia, primero por la precariedad, luego por la exclusión.
Aumenta la injusticia en los países ricos y aun más en los países pobres del sur del planeta. El 20 % de la población planetaria, los países ricos, entre los cuales se cuenta Francia, consumen el 80% de los recursos naturales de la tierra.

Los cambios climáticos, relacionados a la actividad humana, están hoy científicamente demostrados. La capacidad de nuestra Tierra de absorber la contaminación está llegando a su último límite.

Sin embargo, otras maneras de pensar y de practicar los intercambios y la economía existen, y son puestos en práctica exitosamente en numerosos puntos del globo.
El dinero que produce dinero, la especulación monetaria, es una ilusión tan peligrosa como una bomba de tiempo. Las verdaderas riquezas no son virtuales. Son tangibles y constituyen igualmente el resultado de la creatividad humana.
En Francia, como en todos los países ricos, debemos aprender a consumir mejor para consumir menos.

El tiempo del decrecimiento sustentable ha llegado.
Liberarse de la sociedad de sobreconsumo.
La publicidad invade cada día más el espacio público, el dominio privado, hasta nuestro imaginario. Intenta imponernos la idea de que la felicidad se encontraría en un consumo ilimitado.
Entonces, ¿cuál sería el sentido de la existencia? ¿Cómo realizarse como ser humano cuando nuestras vidas están reducidas a una adquisición desenfrenada de objetos y servicios?

La explosión de las periferias y el aumento de la violencia, el sobreconsumo de medicamentos antidepresivos, las dificultades de la vida de numerosos habitantes de los países ricos, todos estos fenómenos, son originados en gran parte por esos  mensajes que propagan una falsa idea de la vida.
Romper con esta ideología es una etapa indispensable para dirigirnos hacia una sociedad más humana. Privilegiar un espíritu crítico y constructivo, vivir sobriamente, favoreciendo la alegría de vivir desprendida de la acumulación de productos, condicionan nuestra capacidad de vivir de manera verdaderamente deseable y responsable en nuestro planeta.

El modelo dominante.
Concentración y especulación. Agotamiento y disipación de los recursos. Destrucción de de la biosfera y del humano. El tiempo es dinero. La Tierra nos pertenece.
La lógica del ser viviente.
Renovación, perennidad, intercambio, dinámica entre las especies vivientes. El tiempo es la vida. Nosotros pertenecemos a la Tierra.
Producir y consumir localmente.

Asistimos a una confiscación gradual y disimulada de la capacidad de los pueblos de alimentarse a sí mismos. Esta constatación es la causa de injusticias y de violencias generadoras de inseguridad planetaria.
Los bienes comunes de la humanidad, como la tierra, el agua, las semillas, son acaparados  en provecho de algunas potencias financieras. Están, ya sea sometidos al abandono, a la erosión y a la contaminación, ya sea disipados como las semillas, en provecho de firmas multinacionales que les sustituyen producciones inciertas y peligrosas como lo son los Organismos Modificados Genéticamente.
La alimentación es, hoy en día, objeto de transportes incesantes e inútiles que hacen de  poblaciones enteras dependientes únicamente de las leyes del mercado.
Los alimentos recorren hoy millares de kilómetros antes de ser consumidos.
Esta práctica absurda engendra múltiples contaminaciones, mientras que la alimentación podaría producirse in situ, y con estructuras a escala humana por campesinos que no pretenden otra cosa que hacerlo en condiciones viables.

La agricultura no “productivista” debe ser respetuosa del equilibrio de la tierra, de la naturaleza y de los consumidores a quienes ésta provee mercaderías de alta calidad.
Hacer la propia quinta, desarrollar granjas comunitarias, favorecer los intercambios campo-ciudad, las asociaciones « productor/consumidor » sobre bases humanas y económicas sanas, son actos políticos de resistencia pacífica.
Producir y consumir localmente debería ser la gran palabra de orden planetario.

Esto significa para Francia como para todos lo países del mundo una nueva política de distribución del territorio y de la urbanización.
Salud de la tierra, calidad de la alimentación y salud humana son indisociables.
Sin embargo, esto no significa, sino bien por el contrario, renunciar a los intercambios solidarios entre las regiones y los pueblos, sólo en la medida de repartir los bienes de la tierra y de estimular la creatividad humana para el bienestar de la mayoría.
De ahora en más, autonomía y solidaridad deben conjugarse en todas partes y en todas las cosas.
El progreso en cuestión
Sería absurdo negar la realidad del progreso en numerosos campos del conocimiento y en sus aplicaciones concretas, pero es totalmente irracional convertir el progreso en ídolo. Toda evolución técnica no es forzosamente un progreso humano y lo nuevo no es un valor en sí. “Más” no es igual a “mejor”.
Las nuevas armas químicas o bacteriológicas, la bomba de neutrones, etc, ¿deben considerarse un progreso? ¿Debemos estar orgullosos de que Francia esté a la cabeza de los exportadores de armas y de centrales nucleares?
¿Podemos enorgullecernos de llevar nuestros hipermercados a todo el planeta ? Una sociedad realmente democrática debe conservar la elección y el manejo de su ciencia y de su técnica.
No corresponde a los científicos, ni a las firmas, decidir nuestro futuro.
El automóvil, la gran distribución de la agricultura “productivista”, consideradas como progresos en sí mismas, han provocado más problemas reales, cuya amplitud comenzamos a medir hoy en día, que las mejoras esperadas.
Está reconocido que la reparación de los daños producidos por ese tipo de progresos, costará  mucho más caro que los beneficios que se han obtenido.

Respetar la vida bajo todas sus formas.
Base de otra educación y de otra cultura.
Sabemos  que la cultura de ciertos pueblos muestra signos de gratitud hacia los recursos vivos que les ofrece la naturaleza. Nosotros estamos muy lejos de observar esa actitud.
Las exacciones y los sufrimientos que el ser humano inflige a las criaturas que acompañan su destino ya no son tolerables. No es posible ver la condición animal ubicada ya sea en el exceso de la adulación, ya sea en la crueldad más injustificable.
La lógica del ser viviente que nosotros preconizamos nos obliga a considerar a toda criatura viviente como representativa de un orden a respetar por sí mismo y, lógicamente, en nuestro propio interés.
Todas las injusticias y exclusiones inadmisibles que sufren nuestros semejantes no deben hacernos olvidar aquellas que nosotros infligimos a otras especies diferentes de la nuestra. La vida sobre la tierra es un todo que es necesario proteger, cuidar y amar.

El entusiasmo de aprender.
No puede haber cambio de orientación de la sociedad sin cambio de educación.
Como en economía, es necesario renunciar a la competitividad en educación para instalar la complementariedad, la reciprocidad, la solidaridad entre los niños.
El miedo a fracasar debe hacer lugar al entusiasmo por aprender. Esta no es una opción sólo moral sino también profundamente realista.
La relación con la naturaleza debe de ser enseñada en todas las edades. Es indispensable, pues permite ver la complejidad, la fragilidad y la coherencia de los fundamentos de la vida.
Pero sería igualmente insensato desentendernos de nuestras responsabilidades hacia las nuevas generaciones.
La mejor educación que podemos dar a nuestros hijos es el ejemplo de nuestra capacidad de cuestionar nuestras elecciones de vida. Es también la afirmación de nuestra voluntad  de hacer evolucionar a nuestra sociedad.

El deseo de comprenderse y de compartir.
Como la biodiversidad, la cultura es el bien común de los habitantes del planeta. La diversidad de culturas y de pueblos es la garantía inalienable de todo deseo de humanización.
Esta diversidad nos permite maravillarnos ante la diferencia de respuestas a los mismos cuestionamientos. Nuestra capacidad de cultivar nuestra singularidad cultural es la promesa de tener la aptitud de emocionar y enriquecer a aquéllos que acogemos, como también es la facultad de emocionarnos y enriquecernos con aquellos que recibimos.

El poder está en nuestras manos.
La democracia representativa, la que limita el rol de los ciudadanos en los períodos electorales, es una democracia inacabada. Tenemos instituciones favorables al desarrollo de la democracia, pero estos necesitan de una ciudadanía  más activa y participativa para hacerla evolucionar.
Desde hace algunos años, hombres y mujeres políticos reconocen el estrecho margen de maniobra de que disponen frente a los intereses de los lobbies y a las presiones de las corporaciones.
Esta evidencia nos envía a la realidad de nuestro poder : es ante todo cambiándonos nosotros mismos y eligiendo proyectos de vida acordes con nuestra conciencia que podremos cambiar la realidad.

El compromiso político de Pierre Rabhi no es un llamado a una ilusoria toma del poder formal. La realidad del poder de la transformación del mundo pertenece a cada una y a cada uno  de nosotros, en nuestros actos cotidianos y a las elecciones de los que dependen.

Lo femenino en el centro del cambio
En su globalidad, la sociedad está dirigida por un modelo masculino a ultranza. En la escena del mundo, las mujeres son las víctimas más que las protagonistas, de la violencia y de las tragedias que en ella se desarrollan.
Ellas están más inclinadas a proteger la vida que a destruirla. La valentía de la que dan prueba en las circunstancias más difíciles de la vida evidencia una energía y una obstinación que las hace ir a lo esencial para responder a las exigencias de la supervivencia.
Más que nunca, es necesario entender lo femenino, las mujeres, pero también la parte femenina que existe en cada ser humano. Esto va más allá de la simple paridad. El destino colectivo de nuestro país y el de la humanidad entera está, de ahora en más, ligado al equilibrio de la influencia entre lo masculino y lo femenino.

Volver a poner los pies sobre la tierra.
Actualmente, nuestra civilización gira al revés. Cada vez más desconectada de la realidad física y sensible del planeta, fascinada por las promesas de un universo virtual, ciega frente a la guerra que ella misma desata contra la naturaleza y en consecuencia contra sí misma, no llega a fijarse otras metas que la gestión ante la urgencia de lo cotidiano.
Aportar soluciones superficiales a un problema mucho más profundo presentaría todos los riesgos de ampliar nuestras dificultades. Nuestro sistema  no es reformable como tal.
Partir de la realidad concreta y del estado presente de nuestra nave espacial, el planeta, para imaginar juntos las condiciones reales de un porvenir deseable, para todos. Porvenir a construir sobre un proyecto de reconciliación del ser humano consigo mismo, lo otros y la naturaleza.
Tal es el deber de esperanza y de responsabilidad al cual nos invita el compromiso político de Pierre Rabhi. Es la línea de horizonte más realista que haya porque es la más poética y la más política que exista!

2 comentarios:

  1. Muy bueno Esther, es un gran texto y Pierre Rabhi una maravillosa persona. te dejo aqui el enlace de un video extraordinario de Pierre Rabhi.

    ResponderEliminar